El árbol de papas fritas
Un concepto como tal surge de una mente infantil, innvadora, pero que la escuela aturde entregando conocimientos y respuestas preestablecidas. Ya es hora de romper con eso.
Mi hijo mayor, Iñigo, acaba de cumplir 3 años y hace unos cuantos meses me disparó a bocajarro esta frase: "Mira papá, un árbol de patatas fritas". Debo confesar que me dejó pensando un buen rato sobre qué tipo de asociaciones se activaron en su imaginación para inventar semejante variedad de árbol.
Mi hijo pequeño, Pablo, tiene 1 año y medio y mientras trata de perfeccionar su técnica para caminar, cada día se cae al suelo alrededor de 100 veces.
¿Qué tienen en común ambas situaciones y qué relación tienen la innovación y el aprendizaje?
En enero, el Centro de Innovación de la Universidad Adolfo Ibáñez, cuya Escuela de Negocios es una de las más prestigiosas en Latinoamérica, me pidió impartir una conferencia a sus socios (responsables de innovación de las principales empresas chilenas) sobre gestión del conocimiento.
No soy ningún experto en innovación y como les contaba a los asistentes a la conferencia, mi definición de innovación se resume en estas afirmaciones bastante rústicas:
- Dudar de todo
- Pensar absurdamente
- Romper las reglas y adentrarse en lo desconocido
- NO dar nada por sentado, no conformarse
- Ser descabellado y ser curioso
- Hacerse muchas preguntas (aunque no tengan sentido)
De lo que no me cabe duda es que para innovar deben darse al menos 2 condiciones:
1. Saber innovar (algo que nuestro sistema educativo ignora sistemáticamente)
2. Que exista un entorno que facilite la innovación (aunque en muchísimas ocasiones ocurre por accidente, por suerte, mientras se buscaba otra cosa).
1. SABER INNOVAR:
Si queremos que las personas innoven, tenemos primero que respondernos estas 2 preguntas: ¿Cómo se innova? ¿Cómo se aprende a innovar?
Analicemos qué hacemos para enseñar a los niños a ser innovadores (a no ser que pretendamos enderezar un árbol a los 25 años o que creamos que innovar es un privilegio solo al alcance de artistas y mentes privilegiadas):
Sentamos a 30 niños de la misma edad (a veces con uniforme, otras veces separados en función del sexo ) entre las 4 paredes del aula, en filas paralelas como en una fábrica y les bombardeamos cada hora con una asignatura distinta y un profesor diferente durante 17 años ininterrumpidos.
Los niños escuchan, cogen apuntes, memorizan y lo repiten en un examen. Les enseñamos datos, conceptos y teorías porque es lo más fácil de medir en un examen. Pero las habilidades que realmente importan para vivir y para innovar no se pueden medir de esa forma tan banal. ¿Te imaginas que cada fin de mes, tu jefe te hiciese un examen oral o escrito tipo test y te pagase tu sueldo según la nota? Lo más descabellado no es el mecanismo, sino asumir que hay sólo una respuesta correcta para todo. Si eso es así, entonces nos estamos equivocando de preguntas.
Innovar y ser creativo depende de hacerse las preguntas adecuadas en el momento oportuno algo que la escuela reprime continuamente. La situación a la que más miedo tiene un profesor es a que le hagan preguntas que no pueda responder y para evitarlo, hemos llenado la educación de respuestas a preguntas que los niños nunca se hacen. La escuela trata de convencernos de que necesitamos respuestas, que hay respuestas correctas y que si las aprendemos, todo irá bien y tendremos recompensas.
Lo que la mayoría creemos que es esencial para enfrentar la vida como adultos no tiene apenas relación con lo que hoy se enseña en los colegios. Por si fuera poco, actuamos como si fuese posible explicarse el mundo encerrado en la sala de un edificio que cada vez tiene menos relación con la sociedad que está fuera de él. Es una tremenda contradicción si aceptamos que casi todo lo que es útil para vivir lo aprendemos fuera de las aulas e incluso fuera del currículum formal de cualquier curso.
A pesar de esto, los planes de estudio ejercen una tiranía implacable e insisten en instruir a los alumnos en un extensísimo mar de conocimientos inútiles y de poquísima profundidad. ¿Por qué todos los niños deben relacionarse solo con los de su misma edad y deben aprender lo mismo? ¿Cómo puede educar de verdad un profesor que debe atender 30 alumnos a los que ve 3 horas a la semana y solo durante un año?
La escuela ha sido diseñada como la conocemos por motivos económicos (educación en masa y economías de escala) pero no por criterios de aprendizaje y menos de innovación. El alumno no tiene ninguna libertad para seguir sus intereses, ningún protagonismo, es un monopolio del profesor que, no olvidemos, tiene una visión bastante fragmentada del mundo. En este contexto, se espera mucho de lo que puedan hacer los computadores en el aula para mejorar el panorama pero hasta ahora han ofrecido muy poco. ¿Es culpa de la tecnología?
Está claro que NO estamos educados para innovar, emprender ni colaborar aunque naturalmente estemos hechos para adaptarnos al cambio. Hemos sido educados para creer y no para dudar ni para pensar. Nuestra curiosidad innata de la infancia va mutando a través de los años en una actitud menos imaginativa y mucho menos cuestionadora.
No se puede innovar por decreto ni se puede enseñar a innovar, pero sí se puede aprender. El colegio se está convirtiendo en un museo, apenas ha evolucionado en 4.000 años (no hay mucha oportunidad de actuar, solo de hablar, escuchar y escribir), y hoy es un entorno de aprendizaje artificial y empobrecido. Planteemos a nuestros niños desafíos que les exijan poner a funcionar toda su energía e imaginación. Enseñémosles a pensar por ellos mismos, a hacerse sus propias preguntas y a responderlas de múltiples maneras. Las escuelas, en general, no saben hacer esto y por eso las aulas de clase se están quedando obsoletas. Es hora de innovar.
2. ENTORNO QUE FACILITE LA INNOVACIÓN:
Las organizaciones viven una situación de esquizofrenia. Exigen emprendimiento y creatividad pero castigan los errores y limitan la autonomía de sus miembros. Hablan de trabajo en equipo y colaboración (la base de la gestión del conocimiento) pero incentivan y premian resultados individuales y no a quien comparte su conocimiento. Seleccionan personas entrenadas desde la infancia para competir en lugar de compartir. Las organizaciones jerárquicas no son democráticas ni están diseñadas para ayudar y pedir ayuda, buscan la perfección de las tareas y no la innovación de las mismas.
Innovar es sinónimo de cambio y cambiar es algo que tanto el ser humano como las organizaciones resisten por naturaleza. Innovar también implica mejorar, para eso hay que aprender y por tanto aceptar el fracaso como parte del proceso. Para lograr tus metas es imprescindible arriesgar y eso significa que sin el ERROR es difícil progresar ya que este provoca la innovación y el aprendizaje. Insisto reiteradamente en el error como el elemento más importante para el aprendizaje, pero en general el miedo a equivocarse es más poderoso y suele ganar la partida ya que las organizaciones y los directivos son poco permisivos con el error. En un entorno de miedo al fracaso, donde temo las consecuencias de mis acciones, es muy difícil que florezca la innovación porque las personas priorizan su seguridad, su estabilidad. Es hora de desterrar el miedo, han sido muchos siglos de vivir bajo su predominio (infierno, pecado, culpa ...).
El verdadero aprendizaje requiere práctica y error: Hasta que no hago, no sé, Si no haces, no aprendes. Resulta curioso que la metodología de Aprender Haciendo se aplica, sin siquiera dudarlo, en aquellas tareas donde está en juego la vida, por ejemplo, en el caso de los cirujanos, los militares, los pilotos y conductores de cualquier vehículo En su caso importa mucho más que hagan bien lo que tienen que hacer en lugar de que contesten bien un prueba de respuesta múltiple en un aula.
A los profesionales de hoy se les exige que jueguen un triple rol: Trabajar, Aprender y Enseñar. Para ello es necesario alcanzar previamente un grado de madurez organizacional, de incentivos a la colaboración, de tolerancia al error y de apoyo al desempeño de las personas que no es todavía regla común. Aprender no puede ser una actividad separada del trabajo. Reconocer que no se sabe y pedir ayuda tiene que ser natural así como ofrecer ayuda debe ser reconocido.
La innovación y el aprendizaje comparten algunos elementos comunes:
- Ambos son procesos dinámicos
- Ambos se proyectan hacia el futuro
- Exigen como condición indispensable ser curioso y por supuesto
- exigen una decidida voluntad de mejorar (y por tanto de arriesgar)
- es el resultado de un proceso
- se refiere al Presente/Pasado (puesto que ya lo tengo)
- se basa en Certezas (hechos aceptados y probados)
- y es Estático.
Iñigo y Pablo saben que nadie les va a castigar por intentarlo, por pensar absurdamente, por perseguir lo que les interesa, aunque se equivoquen. Es parte de su aprendizaje natural. Los cocineros son, hoy en día, un claro ejemplo de innovación combinando ingredientes y técnicas para diseñar platos que hace poco resultaban impensables. A nadie se le ocurre censurarles por el tiempo y el esfuerzo que dedican en sus laboratorios a investigar y a fracasar continuamente.
Para innovar hay que aprender y, a la velocidad a la que ocurren los cambios, nadie cuestiona el "aprendizaje a lo largo de la vida". En ese contexto, el uso de la tecnología no es una alternativa, es un imperativo.
¿Cómo esperamos que ocurra la innovación cuando el colegio y la universidad ni lo permiten ni lo fomentan y cuando las empresas apenas lo valoran?
[FUENTE: EL Observatodo, Javier Martínez]
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