En un pequeño pueblo canadiense se reúnen 35 empresas, universidades y organismos de gobierno para desarrollar biotecnología para el sector. Una experiencia que Chile podría aplicar para aumentar la competitividad de sus exportaciones.
Hasta hace un par de años parecía algo lejano para Chile. Instalar un parque tecnológico era una alternativa que sólo podían tener los países desarrollados. Sin embargo, la idea de establecer clústers, como también son conocidos, en Chile hoy se abre paso. Especialmente en el sector agropecuario.
Para agricultores, industriales y universidades, embalados en el "Chile, potencia alimentaria", crear polos empresariales y de investigación es un paso natural para dar valor agregado a las exportaciones.
"Hay que unir fuerte al sector privado con las universidades. Hay mercados de miles de millones de pesos que podemos conquistar. Lo positivo es que nuestro país tiene un potencial en rubros agropecuarios. Además, en el último tiempo se dieron pasos importantes para el trabajo conjunto, gracias al lanzamiento de los consorcios de investigación", afirma Martín Zilic, director saliente del Centro de Biotecnología de la Universidad de Concepción.
La posibilidad de diseñar genéticamente una manzana con mayor contenido de vitamina C, generar una industria procesadora de antioxidantes a partir de arándanos, o descubrir tramientos para eliminar la falsa arañita de la vid, son algunas de las metas abordables por un clúster biotecnológico agropecuario.
Aunque hay varias experiencias en Europa y Norteamérica, el modelo que presenta más atractivos para el sector agropecuario se encuentra en el pueblo de Saint–Hyacinthe, en Quebec, la provincia francófona de Canadá. De hecho, Mario de Tilly, su gerente general, recientemente viajó a Chile, invitado por la consultora VOZ International, para reunirse con representantes sectoriales para dar a conocer la receta del primer clúster del mundo dedicado específicamente al sector agropecuario.
CORAZÓN AGRÍCOLA
Creado en 1993, el Saint–Hyacinthe Technopole reúne a 35 empresas, desde gigantes de la industria del cerdo como Olymel, con más de 2 mil trabajadores, hasta pymes dedicadas al desarrollo de vacunas veterinarias.
Guardando las proporciones, Saint–Hyacinthe es algo así como el Santa Cruz canadiense. Una ciudad de pequeño tamaño instalada en medio del corazón productor de hortalizas, frutas y carnes blancas del país.
Preocupado por la pérdida de competitividad de las industrias canadienses, provocada por la barata mano de obra china, el gobierno federal y el quebequense decidieron, a mediados de los noventa, inyectar tecnología a sus empresas. En el caso del agro, la opción fue desarrollar un clúster de biotecnología agropecuaria en Saint–Hyacinthe.
Aunque hoy es reconocido en el mundo como un modelo de gestión exitoso y pilar del desarrollo agroexportador canadiense, la experiencia del clúster no estuvo exenta de problemas. El secreto de los quebequenses es que dieron con la receta del éxito.
SUPERAR DESCONFIANZAS
Mario de Tilly señala que para que un proyecto sea exitoso se debe respetar un principio básico. Los clúster se construyen a partir de un rubro económico ya consolidado.
Es necesaria la existencia de actores en toda la cadena productiva, desde el agricultor que está en la chacra, hasta el investigador en la universidad, pasando por proveedores y agencias de gobierno. En palabras simples, Chile tiene que enfocarse en biotecnología para rubros más desarrollados, como por ejemplo, las frutas, salmones o carnes blancas.
Luego viene, según De Tilly, la tarea más compleja. "Si tuviera que darle un solo consejo al gobierno chileno es que invierta el máximo de recursos en crear redes personales entre empresarios e investigadores. Mi experiencia es que eso es lo más difícil de lograr. La razón es que, generalmente, la gente en las universidades desconfía de los empresarios y viceversa. De hecho, mi principal labor es organizar desayunos, cenas y foros para que cada uno conozca las demandas de la otra parte. Cuando se logra generar confianza entre los actores, el éxito está a la mano", afirma De Tilly.
Para el ejecutivo, el empujón final para el triunfo de un clúster agropecuario está dado por los incentivos financieros para los nuevos proyectos y el marco jurídico en que se mueven los actores.
En el primer caso, el Estado tiene un papel innovador que cumplir. Debido a la presión internacional para la caída de los subsidios, la herramienta más útil es entregar beneficios impositivos. En el caso de Saint–Hyacinthe, las empresas pueden acceder a un 40% de descuento en los impuestos a los sueldos y a un monto similar en los de bienes raíces y de compra y arriendo de equipos.
El círculo se completa con la existencia de gestores de capital de riesgo. Se requiere de personas o fondos de inversión dispuestos a colocar dinero en proyectos innovadores, bajo circunstancias que un banco no lo haría.
Finalmente, se necesita un marco estable de obligaciones y pautas para las relaciones de las empresas con los investigadores y para el lanzamiento de nuevas empresas. Para ello es fundamental un marco jurídico y reglamentario claro, sencillo y eficiente. La idea es tener un esquema rápido para solucionar cualquier desacuerdo.
INTERNET
[FUENTE: El Mercurio, Eduardo Moraga]
CONTINUAR LEYENDO...
OCULTAR ARTÍCULO...